Cuando éramos chicos, hace tiempo ya, lo que te proponían como modelo de vida cristiana era casi ‘la perfección’. Por lo tanto, uno tenía –por un lado- muchos deseos de alcanzarla, pero -por otro- constataba, cada día, que aquello era imposible. Lo que podía llevarte a dos resultados: a sentirte muy desilusionado de vos mismo, o tener como una supra-vida, una estructura externa de que lo hacías regio, pero dentro de vos sabías que no era tan así.
Me parece que, reaccionando a aquello –cosa muy conveniente, porque tampoco vayamos a creer que eso era Evangelio puro, sino más bien visión de la época-, vinimos a parar a algo que hoy se da muchas veces:
Todo está bien, lo importante es ser uno mismo. No sea que suframos culpabilidades inútiles, que ni ayudan ni son sanas.
La macana -y esto es lo que últimamente me encuentro pensando- es que ¡esto tampoco es lo que anuncia el cristianismo!
“Yo no he venido a salvar a los justos sino a los pecadores.”
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él se salve.”
Jesús, en su Buena Noticia, nos viene a decir:
¡Alégrense!
Aunque ustedes se reconozcan débiles, flojos, con muchas equivocaciones, y hasta pecadores, el Padre –mi Padre que es el Padre de ustedes- los ama muchísimo igual. Y por eso me envió, para que yo sea con ustedes, y les dé la salvación.
No dejarán de ser pequeños y con fallas. No dejarán de ser pecadores... sí, pecadores.
Pero sí dejarán de tener miedo por ello, dejarán de sentir la necesidad de disfrazarse. ¡Porque se sabrán salvados por mí!
-------------------------
Me impresiona cuánto afecta a nuestras vidas ‘la culpabilidad’.
Las afecta al punto de que, por evitarla, a veces tratamos a toda costa de evadirnos, eludir los conflictos, aparentar una vida sin problemas... No podemos ni pensar en equivocarnos; no nos permitimos fallar (¡¿?!).
Jesús nos viene a anunciar que ‘la culpabilidad’ no es cristiana.
Cristiano es ‘el verdadero dolor de haber pecado’, ‘el deseo de no volver a hacerlo’ y –sobre todo- la alegría inmensa de sentirse, cada vez y siempre, totalmente ‘perdonado’.
Y esto último es lo que nos da, realmente, aire fresco y le pone alas a nuestra vida.