A raíz de estar releyendo –más lentamente como es natural- el libro del secretario de Juan Pablo II, ‘Una vida con Karol’, me vuelve a resonar lo siguiente:
Vivimos tiempos de globalización, donde nuestra impresión es –por los medios, y la tecnología- de que todos nos comunicamos con todos, de que estamos bien cerca. Y es verdad; no hacen muchos años esperábamos varios días, o semanas, la respuesta a una carta mandada a un familiar, y algunas noticias –sobre todo las más domésticas- también eran lentas en ir de un lado a otro. Hoy es tan distinto: posible, inmediato, sin dificultades, y ¡hasta al alcance de muchos!
Pero... ¿en realidad, es todo tan así? Las distancias ¿son sólo aquellas que pueden salvar los medios de comunicación? ¿No permanecen, acaso, distancias o diferencias, étnicas, culturales, de situación –por nombrar algunas- que no deberíamos de dejar de tener en cuenta?
Este libro -entre otras cosas que me llamaron la atención- hace una narración de la vida de Karol ‘muy polaca’, o al menos muy de la Europa del Este... ¡Como es lógico! ¡No iba a prentender yo que tuviese un modo de mirar argentino!...
Pero una cosa es lo lógico y otra lo que, después, nosotros –en lo concreto- pretendemos.
¿Cuánto de lo vivido durante el pontificado de Juan Pablo II no lo hemos recibido, evaluado o, mejor dicho valorado, según el aire que ha traído a ‘nuestros –propios y pequeños- lares’?
Y lo que me ha aterrizado este libro, ¡se puede trasladar a tantas otras cosas!...
La globalización, entonces, por un lado simplifica, acerca; pero, por otro, a veces simplifica demasiado ¿no?