En esta época de cambios vertiginosos y logros explícitos –en
que un adelanto queda atrás porque surge otro nuevo muy rapidamente- sigue
habiendo ámbitos , y muy importantes, donde es necesario ‘permanecer’. Y eso
nos cuesta mucho.
Y no me refiero a permanecer resistiendo con un esfuerzo
supremo como quien sostiene un peso enorme, porque tal vez eso justifique y
motive el mantenerse. Nos cuesta permanecer en lo sencillo, lo sin brillo, lo
de cada día, pero indispensable para la vida.
De la concepción al parto hay largos nueve meses de
permanencia oculta inmensamente fecunda. En nuestro cuerpo existen cantidad de
funciones que, de puro permanentes, no se notan hasta que empiezan a fallar. Y
en la naturaleza, y en la vida anímica, intelectual y también en la espiritual.
No las notamos pero están y nos son necesarias.
¡Y pensar que los hombres hoy muchas veces despreciamos lo
que no cambia, lo que no da resultados brillantes e inmediatos!
(El ‘pequeño’ trabajo rutinario, las relaciones personales
de cada día, el cariño atento, el amor fiel, la oración)
Nuestro tiempo es apasionante y lleno de beneficios para
agradecer. Pero también tiene algunas trampas en las que debemos cuidarnos de
no caer.